Horario
infantil.
¿O
quizá deberíamos referirnos a él como horario familiar?
No vamos a engañar a nadie si decimos que esto de la ma/paternidad no nos cambia la vida. Nos la cambia sí, o bueno, mejor dicho, nos la reestructura de forma diferente, ni mejor ni peor. Creo que no me equivoco si digo que uno de los cambios más importantes es el tema horarios: comenzando por esas horas de sueño robadas, esas siestas a deshoras, esos malabares en los horarios laborales para llegar a todo y poder disfrutar lo máximo de nuestros hijos/as, esos cambios en los horarios de las comidas…. Y precisamente este último punto es del que vengo a hablaros hoy.
En
nuestra casa siempre hemos sido de comer, pero sobre todo cenar tarde. Y cuando
digo tarde me refiero a las 22-22:30 de la noche. Y es que nuestro espíritu de
no parar quietos nos hacía estar ocupados hasta tarde. Y bueno con la llegada
de nuestra primera hija así seguíamos organizándonos los primeros meses. Y es
que llevar la comida siempre encima es lo que tiene. Para mí una de las
ventajas de la lactancia materna (a demanda, no nos olvidemos) es que daba
igual donde nos pillase o qué hora fuese, si se nos hacía tarde ella comía y
luego a dormir donde fuese (ahí también nos ayudó mucho el porteo). Pero de
repente algo cambió con la alimentación complementaria. Poco a poco nos fuimos
dando cuenta que ella sacaba su genio cuando “se nos hacía tarde” para comer o
cenar y entonces entrabamos en un bucle sin salida. Aún recuerdo cuando I.
tenía 9-10 meses, acudíamos a un grupo de lactancia por las mañanas un día a la
semana (queridos mamalatte de centro maternalia). De regreso a casa hacia las
12:30-13:00 no había día que I. no llegase dormida. Pero claro se despertaba al
poco de llegar a casa, por lo que no había dormido lo suficiente, pero se
levantaba con mucha hambre y la comida estaba sin terminar de preparar. Todo
ello acababa en explosión de lloros y más lloros. Por no hablar que las siestas
posteriores eran un infierno. Fue ahí cuando nos dimos cuenta que algo teníamos
que cambiar. Y ya a partir de entonces los tuppers nos acompañaban casi siempre
que salíamos de casa. Si preveíamos que íbamos a volver pasadas las 12-12:30
del medio día: preparábamos comida para llevarle. De igual forma si preveíamos
que íbamos a volver más tarde de las 19:00 de la tarde. Si, habéis leído bien, las
19:00 de la tarde. Y es que a partir de entonces esa se convirtió en la hora de
cenar de la peque. Ya que, si comía pronto, echaba siesta pronto, merendaba
pronto y por tanto cenaba pronto.
En
ese momento siempre nos sentíamos los raros del lugar. Hasta que I. comenzó la
escuela infantil y para nuestra sorpresa, nuestro horario encajaba a la perfección
con el horario de la escuela, donde para las 12:00 del medio día ya estaban los
niños y niñas comidos. Os he de decir que tuvimos la oportunidad de pasar un
día acompañando a la clase de I. y madre mía, tendríais que ver como devoraban
la comida a eso de las 11:30 y eso que antes les daban un pequeño almuerzo. Así
que, desde entonces, aunque nos seguíamos sintiendo raritos al sacar el tupper
con la cena de nuestra hija a las 19:30 de la tarde, teníamos la conciencia
algo más tranquila.
Aquí
os dejo una serie de ventajas que por lo menos en nuestro caso ha tenido el
hecho de comer/cenar pronto:
·
Comen cuando realmente tienen hambre respetando
sus señales de apetito.
·
Evitamos posibles enfados
desencadenados por hambre (no sabéis la de rabietas que nos hemos evitado por
esto).
· Evitamos picotear sin parar antes de
comer/cenar. Muchas veces esos picoteos se convierten en “les damos cualquier cosa”,
sobre todo cuando estamos fuera de casa. Y por consiguiente conseguimos que
coman o cenen mejor lo que teníamos establecido para ese día.
· Después de cenar nos queda algo de
tiempo para jugar un rato, intentamos que sea juego tranquilo o en nuestro caso
muchos días aprovechamos ese rato para la hora del baño.
· Las horas de descanso son
fundamentales en los niños/as, de esta forma se acuestan pronto, algo
importante sobre todo una vez van a la escuela infantil o colegio donde muchas
veces nos toca despertarles temprano.
Pero
aquí no termina todo, no solo nos dimos cuenta que I. tenía unos horarios
naturales muy diferentes a los nuestros. Sino que nos dimos cuenta que comía
mejor y toleraba mejor las rutinas si nosotros le acompañábamos en ese proceso.
Así que decidimos readaptar nuestros horarios y pasar a comer todos juntos. Y
es que nunca me cansaré de decir que como más aprenden los niños y niñas es por
imitación. Además, el acto de comer, no consiste solo en nutrirnos sino que es
un acto social, emocional, y vivirlo acompañado lo llena de sentido. Por eso desde
entonces en nuestra casa se come a las 13:00 y se cena a las 19:30. Y es que,
con la llegada de la peque, vimos que estos cambios que ya habíamos
interiorizado eran importantes de mantener. Además, que ella misma nos lo pedía
igual que su hermana (tenéis que ver el mal humor que hacen las dos cuando se
nos pasa la hora de comer y se les apodera el sueño). Y he de añadir que
nosotros también gestionamos mejor los momentos posteriores a comer, sobre todo
la hora de acostarles por la noche, cuando ya estamos comidos o cenados. Si un
día no hemos podido cenar con ellas y por lo que sea se complica y alarga el
momento de dormir, nuestra paciencia está mucho más al límite y entramos en un
bucle: ellas sin poder conciliar el sueño y nosotros enfadados porque no consiguen
dormir y tenemos en la mente el hecho de que tenemos aún que cenar antes de
hacer las mil y una cosas que todos aprovechamos a hacer cuando los y las
peques duermen (bien sea preparar comidas, recoger ropas, ducharnos o
simplemente desconectar de todo el día y poder hablar con alguna amiga/o). Y claro,
nuestro descanso también es importante, aunque a veces no lo valoremos.
Llegados
a este punto os podéis estar planteando que bueno, esto es fácil durante el
curso escolar, donde tienen unas rutinas, anochece pronto y hace frío. Pero ¿en
verano o vacaciones? Pues en verano y vacaciones, más de lo mismo. En nuestro
caso siempre dejamos la comida y cena lista antes de volver a casa, no somos
buenos amigos de esperar a que luego esté la comida preparada. E intentamos estar
todos temprano en casa para comer o cenar (por lo menos uno de los dos con la
más peque sí o sí) o el tupper nos acompaña a todos los lados. Y muchas veces
no solo con la comida o cena de las peques, sino que aprovechamos ya para comer
o cenar los 4 por ahí. Y bueno también tenemos días de descontrol, no os penséis.
Con
todo esto no quiero imponeros unas rutinas ni unos horarios en vuestras casas. Os
cuento todo esto porque es algo que, a mí, antes de tener a mis hijas, me
parecía irrelevante, no porque tengáis que hacer lo mismo. Cada casa es un
mundo y cada casa tiene su realidad, sus ritmos, sus circunstancias… no a todas
las familias les funciona lo mismo, cada quien tiene que encontrar sus fórmulas.
Pero sí os animo a que escuchéis los ritmos de vuestros/as peques y en la
medida de lo posible se los respetéis y acompañéis. Y sobre todo un conejo:
sean los horarios que sean que adaptéis en vuestra casa, hacer que sean los
horarios familiares, comer en familia siempre que podáis y disfrutar de ello.
Nutrir vuestras almas y no solo vuestros cuerpos.
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